Capítulo IV
MEMORIAS DEL PASADO
Al día siguiente, Alberto sentado en el autobús en el cual se dirigía a
su escuela, de repente se encontró pensando en su infancia en el orfanato.
Desde pequeño tuvo en sus recuerdos la memoria de ese lugar, no podía dejar de
pensar en sus amiguitos, Cesar, Carlos,
Ángel, Miguel, Leonardo, Antonio, Mariana
y especialmente en Ramiro, por
decirlo de alguna manera el más débil de todos sus compañeros de orfanato, y a
quien él más quería. Recordó algunas noches anteriores a su escapada, era
silenciosa y absolutamente despejada; con un cielo claro y lleno de estrellas
que podía observar a través de los barrotes de la ventana de su cuarto, en fin
era una noche agradable, por demás.
Ramiro era un chico que siempre había preocupado a Alberto. Tenía dos
años menos que él. Era listo, inteligente, pelo castaño muy claro, ojos color
café, no muy alto y de características físicas, todavía, muy de niño. Alberto
lo recordaba con mucho cariño y su mayor
sueño era poder verlo de nuevo, darle un abrazo y decirle: aquí estoy Ramiro, cuentas conmigo incondicionalmente.
En el orfanato siempre
buscaba momentos para acercarme a él, cuando teníamos oportunidad de salir al
jardín a jugar, usualmente no íbamos a
la parte más apartada a charlar de nuestros sueños en los cuales nos perdíamos
la esperanza de poder huir de ese desagradable lugar en busca de una mejor vida
y una familia que nos quisiera. En ese entonces nadie sabía de mis intenciones
y yo no tenía el menor interés de que alguien se enterara. Un día, después del
desayuno, recuerdo que todos estaban muy ocupados en sus obligaciones, que eran
muchas para la edad que la mayoría tenía, cuando de pronto a lo lejos divisé a
Ramiro; sentí un gran dolor en mi alma pues me alejaría de él, por suerte el no
me vio. Me escondí tras unos matorrales que había por allí y me quede
observándolo. Se dirigía al lava coletos, supuse al ver que iba en busca de una
cubeta de agua para fregar el piso, pero no fue así se acomodó en un
rincón y solo podía observar como
sollozaba, era obvio que lloraba, seguro por su desgracia, de estar encerrado
en ese sitio donde los explotaban y hacían sufrir horrores, por parte de doña Ramona. Verlo en
esa situación me producía un inmenso e intenso desasosiego.
Un momento después regresó y
pasó cerca de mí sin verme. Lo seguí con la mirada, siempre en silencio. Él se
fue alejando, se dirigía al jardín lateral del orfanato que estaba a unos
trescientos metros de donde me encontraba escondido. Yo en cambio continué allí
esperando el momento oportuno para realizar mi huida muy a pesar de quienes
dejaba atrás y que aún cuando tenía la firme convicción que haría lo que
estuviese a mi alcance para ayudarlos,
no estaba del todo seguro que así sería, pues ni mi propia suerte la conocía,
mi ruta de escape sería por el lado posterior del hospicio que terminaba en una
quebrada que llegaba justo a una calle en la cual había un puesto de
periódicos. De sólo pensar lo que podría ocurrir si era atrapado en el intento
me mataba del miedo pero estaba decidido, cosa que a mis pocos años era algo
muy característico en mi persona. De pronto me detuve. Se acercaba alguien, me
escondí. Vi como Ramiro examinaba el terreno como buscando algo o alguien. Al
cabo de un rato, cuando estuvo seguro de que en el lugar no había nadie se
marcho en dirección del caserón que era el orfanato.
Era una verdadera odisea el
estar ahí preparado para aquello. De pronto me voltee para ver por última vez
aquel lugar; pude de esa manera imaginar las caritas de mis amigos, más aún,
pude imaginar el rostro de tristeza del miembro más pequeño de mi grupo;
Ramiro. A pesar de que unos cuantos metros nos separaban en ese instante, yo me
sentía como si estuviera a su lado. Por mi mente pasó una idea fugas de
regresarme a tratar de persuadirlo para que huyera conmigo, pero conociéndolo
no se atrevería, pues por mucho o por poco allí no le faltaba algo que llevarse
a la boca y aunque a escondidas contaba con el cariño de doña Ángeles. De esta
manera esta idea se desvaneció rápidamente.
La noche anterior, después de
comer, invité a Ramiro a conversar a un lugar un poco alejado de la casa,
debajo de un árbol al cual solía ir cuando quería estar solo. Aceptó. Al llegar
a los pies del árbol, que estaba rodeado por hierba, nos tiramos al suelo y
conversamos durante un rato. Los dos estábamos acostados, uno al lado del otro,
mirando las estrellas. De pronto le pregunté
que si en algún momento no había pensado en escaparse de allí. Ramiro no
lo negó, luego le tomé la mano y le dije: vamos
a prometernos que si alguno de nosotros lograba algún día liberarse de ese
encierro, buscaríamos la manera de ayudarnos
No hay comentarios:
Publicar un comentario