jueves, 10 de marzo de 2016

Novela "Más allá del Arcoíris-Capitulo II" por Joel Alberto Paz



Capítulo II

Camino  a  la  libertad


 El niño parado junto al puesto de periódicos, vestido con su chaqueta de color azul  y pantalón  marrón desteñido, sucio y con  el cabello alborotado, miraba de lado a lado como intentando cruzar la calle. A la primera oportunidad, la cruzó. En su rostro se reflejaba una expresión como la de aquellos que han alcanzado una meta que parecía fuera  de sus posibilidades.
¡Lo logré!  Pensó  ¡Ahora  soy capaz de cruzar solo la calle!
¡Mira pues! escuchó decir el niño a sus espaldas. Sorprendido por  aquella exclamación se volteo rápidamente y se dio cuenta que se trataba de Ramona la cuidadora del orfanato, quien dejaba ver en su cara la satisfacción de haber atrapado al pequeño en esta travesura. ¿Adonde crees que vas, pequeña  rata? Preguntó la mujer. ¿De que se trata ahora esto? ¿A caso tratas de escapar? inquirió doblemente  la  mujer  con  una  expresión  malvada  en  el  rostro.
Yo sólo salí contestó  lleno de  miedo  el pequeño niño—, yo sólo salí a dar un paseo para conocer los alrededores. Esa era solo mi intención  dijo.
Se me  hace  muy  difícil  creerte respondió la  mujer.
    Mientras  Ramona  miraba  al  pequeño niño  como  a  un  condenado,  preguntó:
Dime la verdad  Alberto, tu verdadera intención era la de escaparte del orfanato. Niño mal agradecido, toda la vida cuidándote y así es como pagas, ahora  recibirás  tu  castigo, y  te  aseguro  que será  algo  que  jamás  podrás  olvidar.
    Esas  palabras  retumbaron  en  los  oídos  de  Alberto  como  una  advertencia  que  le  indicaba acerca  de los momentos  muy  amargos que viviría  si  la  cuidadora  lograba  llegar  al  orfanato  con  él.
     Aunque  eso  de cuidar era  una cosa  que  estaba  muy  lejos de la realidad, ya que precisamente  no era cuidar y dar amor una de las principales virtudes y bondades de la temible Ramona, por el contrario era una mujer llena de amargura y obstinación, a quien, el hecho de estar en  ese orfanato, más parecía que una tarea agradable, era un castigo impuesto por algún tribunal disciplinario  y  que  por  alguna  oscura  razón  debía  cumplir.
Además si fuera así que solo saliste a dar un  pequeñito paseo, ¡niñito! dijo  despectivamente, no estarías tan nervioso, ¿verdad? Así que dime la verdad de una buena vez le dijo  mientras  lo  tomaba  por  el  brazo  y  lo  arrastraba  por  la  calle  hacia  el  orfanato.
Claro que salí solo a dar un paseo contestó el pequeño  temblando  de  miedo.
    La malvada  mujer  observaba  al  pequeño  con  esos  ojos  de  víbora  ponzoñosa. Mientras  Alberto continuaba  explicándole.
De repente  me despertó la curiosidad por saber de donde provenía tanto ruido, pues  como  nunca  salimos  de  allí,  quise  averiguar   y… ¡Aquí estoy!
     Pero en realidad,  la verdadera intención del pequeño era escapar de ese tortuoso  y  espantoso  lugar donde tenía que soportar los malos tratos, vejaciones y regaños constantes al igual que todos sus compañeritos de orfanato; Cesar, Carlos, Ángel, Miguel, Leonardo, Antonio, Mariana  y a Ramiro, a quien más extrañaría  de  todos,  ellos  eran sus mejores amigos;  pero que no se atrevían a hacer algo que los pudiera enfrentar con la malvada bruja como solían llamar a la  señora Ramona.
Bueno se acabo la conversación replicó Ramona—.  Regresemos a casa y allá arreglaremos cuentas, pilluelo asqueroso.  Te cuento que son muchas  las  que  tienes  pendientes  conmigo,  por  lo  tanto  ya  verás  lo  que  te espera, así que no serán  besos ni abrazos de bienvenida los que te daré. Caminando, pues ordenó la mujer tirando  al  pequeño  de  su   brazo.
     Todo parecía haberle fallado en su intento de fuga y se resignó a regresar a aquel lugar y soportar todo cuanto le esperaba, que como  ya  suponía por  las  advertencias  de  la señora,  no era nada bueno. Aunque no se encontraban nada lejos del orfanato, Alberto trató de observar y disfrutar lo que podía ver, mientras  lo  llevaban  a  su  lugar  de  castigo.  ¡Que ciudad tan grande y cuanto gente y  autos en la calle!  De vez en cuando veía a algún niño tomado de la mano por sus padres y no pudo dejar de preguntarse: ¿Dónde estarán mis padres? ¿Vivirán aún? ¿Cómo serán? ¿Por qué me abandonarían? Como le hubiese gustado al pequeño Alberto ser uno de esos niños felices que vio pasar frente a él en la calle. Lo que no sabía  Alberto que antes de cruzar el umbral de aquel lugar de sufrimiento al que parecía tener que resignarse a volver, la vida daría un vuelco repentino y en fracción de segundos tendría una pequeña pero gran oportunidad de alcanzar sus sueños pudiendo  escapar de las garras de aquella perversa  mujer.
     Transcurridos unos minutos después de comenzar la marcha de regreso, Ramona  no se fijó que había una cáscara de cambur en  la acera, la pisó, resbalo y terminó cayendo  como un saco de papas al pavimento. En ese momento Alberto vio como la situación le brindaba  la gran oportunidad de intentar  nuevamente  escapar del alcance de la odiosa mujer… y así lo hizo, sin pensarlo dos veces, echó a correr como un pequeño cervatillo. Ahora no pensó mucho si cruzar o no cruzar la calle, si era o no era una odisea para él hacerlo, simplemente se dio cuenta que lo mejor era salir corriendo sin pensar mucho, puesto que lo único y más importante era  alejarse lo más pronto posible de la cercanía de aquel lugar donde había pasado doce años de su corta vida, no pensó en  los peligros a los que podría enfrentarse en un mundo totalmente desconocido para él, ni pensó  que  sería  de  él, que comería. Únicamente le importaba su libertad, por lo demás, luego llegado el momento,  se preocuparía.
     Alberto corrió y corrió, por supuesto, trató de hacerlo en dirección opuesta a donde estaba ubicado el orfanato San Pedro de la Caridad, para asegurarse que estaba lo más lejos que pudiera de éste. Ya cansado de tanto correr se detuvo a tomar aire, sintió sed y hambre, pero era libre y ahora si estaba seguro que la malvada bruja de Ramona no lograría darle alcance.
¡Hurra! Gritó el pequeño. ¡Soy libre!  Ahora podré ir y hacer lo que quiera, podré trabajar para salir adelante e ir en busca de mis sueños  aunque tenga  que llegar más  allá  del  arco iris.
     De repente, se detuvo a pensar en otra persona que dejaría a tras en el orfanato y a quien si le gustaría tener a su lado, Doña Ángeles, una dulce y tierna cuidadora, quien cuidaba y daba amor a los niños del orfanato pero que estaba sometida por Doña Ramona de tal manera que no podía hacer nada en su contra cuando veía el maltrato al  que eran sometidos él y sus pequeños amigos y compañeros de orfanato.  Alberto no podía entender cual era la razón por la cual la tierna y dulce Ángeles soportaba todos los improperios y desplantes que le hacía la señora Ramona, pero bueno algún día el regresaría  a liberar a todos sus amigos y personas queridas del yugo al que eran sometidos.
Por nada del mundo quiero pasar nuevamente por esa situación y dependerá de mí lograr salir adelante y buscar la manera de ayudar a los otros pensó creo que lo mejor será buscar algo de comer, porque ya siento que mi estomago me esta regañando.
Tuvo que ingeniárselas para salir adelante, en esta situación pasó algún tiempo. Estuvo de limpiabotas, vendiendo confites, cargando bolsas, por último, y lo que se le hizo más fácil, fue tener que pedir limosna. Con ayuda de uno de sus amigos, que sabía, más o menos, leer y escribir, escribió una nota, que mostraba a los pasajeros de los autobuses, a los cuales abordaba para pedir. Esa nota decía:
No me trates mal, ni me tengas miedo, si estoy aquí no es por mi culpa, solo soy un niño huérfano, que no tiene ni padre, ni madre, ni quien se conduela de él, por favor si sale de tu corazón ofrecerme una limosna, hazlo que Dios te lo pagará, llenándote de  muchas bendiciones.
     Muchas  de las personas que alcanzaban a leer esta nota, se sentían tan conmovidos que era imposible que reaccionaran de manera opuesta a lo que el pequeño Alberto buscaba conseguir, una limosna.
     Como era obvio, este tipo de desempeño era más lucrativo y menos esforzado, sin embargo no lo llenaba y en ocasiones, aún cuando lo de huérfano  y desamparado no era falso, era una situación que le causaba cierto malestar en su corazón, pues su naturaleza no era la de aprovecharse de las condiciones en las que se encontraba para conseguir dinero fácil.
     Un buen día, ya resuelto a no continuar haciendo de limosnero, tiró a la basura todas las notas que tenía con ese mensaje y se fue lejos de donde solía frecuentar para pedir, pero una cosa era muy cierta, debía procurar hacer otra cosa que al menos le proporcionará  el sustento.
     Alberto miró a su alrededor y pudo ver que cerca se encontraba un mercado. Tenía  tres opciones, pedir, robar o trabajar y su meta era hacerlo bien para no comenzar su nueva vida con mal pie, a pesar de su cortos años, tenía pensamientos muy maduros.
     Se acercó hasta un puesto donde se encontraba una mujer rechoncha pero con una cara  de buena gente que le inspiró confianza; la mujer vestía un blusón verde  manzana y una falda de un tono verde más oscuro, en su cabeza llevaba un gracioso sombrero de paja de alas anchas pero de copa aplanada con una pluma  colorida que parecía tener ojos, era  una  pluma de  pavo real pero como Alberto nunca había visto una pluma como aquella,  ya que  no era mucho lo que conocía del mundo, le  pareció  hermosa  y extraña.
  Una vez cerca de la mujer le dijo:
Doña quiero pedirle un favor; soy un niño que tiene hambre, pero yo no quiero robar, ni pedir. ¿Podría  dejarme trabajar para usted y así ganarme la comida? La doña  se  llamaba  Rosa y al  ver aquella actitud en el niño, se conmovió y no pudo decir que no al pequeño.
     Lo primero que hizo fue extender su mano para darle al niño una manzana roja, jugosa y grande. Pues lo que ella vendía en su puesto del mercado eran deliciosas y frescas frutas.
     Alberto tomó la manzana con premura y se la llevó a la boca, suspirando con gran placer.   Engulló su primer bocado, le  pareció  que  era  lo más delicioso  que  jamás  había  comido, esto  era comprensible porque nunca en su vida había comido una manzana.
Veo que tenías hambre  exclamó  la señora Rosa.
     Rosa era una señora que se había mudado a la ciudad después que su esposo Ricardo José la abandonara por haberse convertido en un borracho y mujeriego.
Bueno, mi nombre es Rosa Ramos se  presentó  su  nueva  amiga  y benefactora. Ahora, ¿cuál es el tuyo? pregunto.
Mi nombre es Alberto   respondió.
¿Alberto solamente? preguntó Rosa.
Si,  Alberto porque no conozco mi apellido contestó el niño. Se  le  vio  reflejado  en  sus  tiernos  ojos  un  brillo  de  tristeza que  la  señora Rosa  supo  ver  de  inmediato.
¿De donde vienes, Alberto?  ¿Estás perdido? preguntó inquisidora Rosa.
Es una historia muy larga y triste señora Rosa, que ahora no quisiera contar, quizás más adelante con más calma y tiempo  le cuente de donde vengo y cual es mi historia. Ahora bien, ¿puede darme trabajo aquí en su puesto de frutas?  Expresó el pequeño. No exijo nada lo único que quiero es tener que comer repuso.
Bueno, a pesar que no te conozco, ni sé de donde vienes, me inspiras confianza, y sí te voy a dar trabajo aquí en mi puesto, porque viéndolo bien me hace falta alguien que me de una manito, pues ya a mi me falta agilidad para moverme y no falta quien se aproveche de eso para irse sin pagar o robarme alguna que otra fruta; estas contratado.
     Eso fue como melodía para los oídos del pequeño.
Por otra parte, si no tienes donde dormir en mi casa tengo un pequeño cuarto en el patio trasero donde guardo mis chécheres. Allí se te puede acomodar una camita para que tengas donde pasar la noche, por  el momento, pero eso si, nada de andar tarde en la calle, también hay un baño pequeño al lado del cuarto que puedes usar.
Bueno, bueno ya basta de tanta conversación y a trabajar que hay que justificar el sueldo exclamó graciosamente la buena mujer, ve a buscarme aquel guacal vacío para que me saques los cambures podridos de entre los buenos, porque como dice el refrán una fruta podrida entre otras buenas, daña las buenas, bueno es algo así me  parece. replicó la señora Rosa.
     Alberto acudió a hacer lo que la señora le pidió que hiciera, por primera vez se sentía útil y sin maltratos. Si existe gente buena en este mundo pensó.
     Así transcurrió el día, entre frutas risas y gente, y una vez llegada la tarde, ya en el mercado solo se encontraban los vendedores.
Es hora de recoger y guardar exclamó la  señora Rosa. Manos a la obra mi pequeño  amigo.
     Alberto sin decir nada se dispuso de muy buena manera a hacer lo que le habían indicado, una vez recogida toda la mercancía, se dispusieron a emprender el viaje hacía la casa de la buena  señora.
     Ya de camino Alberto preguntó: 
¿Vive usted sola señora Rosa?
     La señora Rosa respondió:
Si y no.
¿Cómo es eso?
Bueno aunque es un poco duro para mí hablar de esto repuso la señora Rosa, te lo voy a contar. Hace veintitrés años me convertí en la feliz madre de un hermoso niño, mi hijo Claudio, en quien tenía puestas todas mis esperanzas e ilusiones de verlo convertido en un gran hombre de provecho, pero no sé si la vida o que, no quiso que fuera  así, hoy en día mi querido hijo es un joven que no sabe ni lo que quiere, ni que hacer con su vida, ahora mismo tengo más de tres meses que no lo he vuelto a ver. Va y viene como el viento, no sé en que, ni con quien anda y eso me hace sufrir  mucho, solo me busca cuando necesita dinero y no tiene manera de obtenerlo.
Pobre señora Rosasusurró Alberto.
Me temo, continúo la señora Rosa que algún día no lo vuelva a ver más y me traigan una mala nueva, eso sería terrible para mi, pero sin saber nada ¿qué se puede esperar? Solo ruego a Dios que lo haga reflexionar y retome su vida para bien, porque todavía hay tiempo, es muy joven. Bien dice el refrán nadie calienta cabeza por otro.
     Después vino un rato de silencio mientras caminaban rumbo a la  casa  de  la  señora  Rosa; durante el resto del camino solo se escuchaban el ruido de los automóviles pasar,  y uno que otro suspiro de la doñita. Alberto suponía que continuaba pensando en su hijo Claudio.
     Por su parte, Alberto no podía entender como el hijo de la señora Rosa teniendo una madre que se preocupaba por él, era tan mal agradecido. Ya quisiera él tener a alguien que lo cuidara y le diera todo el amor que le había sido negado, pero así parecía ser la vida de extraña e injusta.
    Quince minutos después llegaron a un humilde pero sano sector de la ciudad, donde estaba ubicada la casa de la amable señora. Por todas partes se asomaban a  saludarla, era evidente que la querían bien en el lugar. Finalmente, entraron a la vivienda y la señora Rosa  invitó a Alberto a sentarse en un taburete mientras esperaba que ella le indicara donde estaba ubicada la habitación donde él pasaría su primera noche fuera del orfanato; dando así comienzo a su nueva vida al lado de la buena señora Rosa.

     Lo que no sospechaba Alberto es que al lado de la señora Rosa María Méndez lograría alcanzar muchas metas, y en parte complementaría la falta de amor maternal con el amor ofrecido por su benefactora. Por su parte él  lograría hacer más llevadero el sufrimiento de la buena mujer por su hijo descarriado, con quién inevitablemente tendrá que enfrentarse Alberto algún día.

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