lunes, 7 de marzo de 2016

Novela "Más allá del Arcoíris" por Joel Alberto Paz




Más allá del Arcoíris


ISBN : 978-980-12-3740-2


Joel Alberto Paz

2016


DEDICATORIA
Al tesoro más valioso
que como ser humano
sobre este planeta
ostento poseer;
mi madre
Eva Angelina


AGRADECIMIENTO
A Dios que me da vida
a la vida que me da oportunidad
a mi madre que me ama
a mi hijo que es mi orgullo
a mi esposa que me sabe tolerar


Capítulo I



Dando un Vistazo al Pasado



Ya han trascurrido muchos años desde el momento que comencé a vivir la aventura que me llevaría a convertirme en el hombre que soy hoy. Esa tarde, tenía planificado ir a casa de mi madre con la fija intención de indagar un poco sobre su vida antes y después de mi aparición, yo conocía parte de ella pero ahora mi interés era hacer un recuento narrado de todos los aspectos que envolvían a la gente que se había convertido en mi familia y que representaban mi mundo actual. Eran  las cuatro  de la tarde, me levanté de la cama después de haber tomado un descanso merecido, pues me encontraba en mis vacaciones de navidad. Ya era todo un profesional, casado y padre de un hermoso niño, me sentía muy satisfecho de todo cuanto había logrado hasta el momento. Me dirigí al baño para comenzar mi arreglo, cuando terminé, tomé un cuaderno de notas, un lápiz y me despedí de mi esposa Catherine y mi hijo Daniel y me lancé  en busca de la información que necesitaba para llevar  a cabo la tarea planteada. Al llegar a casa de mi madre, le expliqué cual era el motivo real de mi visita y ella gustosamente accedió a responder mis preguntas. Así transcurrieron varias horas en una amena y nostálgica conversación.
Corría el mes de agosto de 1968, Rosa María Méndez se encontraba  en los últimos días para parir a quien sería su único hijo biológico, se había mudado recientemente a su propia vivienda, una casita compuesta solo por una sala, una habitación y una pieza trasera que servía de cocina y comedor; afuera había un baño improvisado  con láminas de zinc, eso era lo de menos, era su casa y  era lo que realmente importaba,  ya que venía de haber vivido  arrimada en casa de su suegra y como  reza el dicho la visita al tercer día hiede. Amanecía el día dieciséis del mes y un malestar para ella reconocible, porque lo había visto en otras mujeres de su familia que ya habían parido, la estaba aquejando. Por su mente cruzó un pensamiento, llegó el momento,  así se lo hizo saber a su esposo  Ricardo José Molero, quien  inmediatamente se dispuso a ir en busca de la comadrona, quien sería  la persona que asistiría a Rosa María en sus labores de parto, pues para la época no era del todo fácil llegarse hasta la ciudad de Maracaibo para  asistir a un centro de atención médica y ser atendida, además, por otra parte, también Ricardo José fue a darle aviso a Estela Sandrea, la madre de Rosa  sobre el acontecimiento que estaba por suceder. Ella acudió a casa de su hija con premura, pues  Rosa siempre había sido una hija obediente y colaboradora. En el transcurrir del día se fueron preparando todas las cosas que la situación ameritaba, sin embargo, para Rosa, aun cuando siempre se comportaba como una mujer fuerte y firme, se le podía notar en el rostro  una mezcla de dolor, malestar y nerviosismo.
Eran ya las doce del medio día cuando comenzó Rosa María a sentir contracciones que le indicaban que ya nacería su hijo. Cada vez eran más seguidas y dolorosas, todo el mundo se dispuso a recibir el neonato, otra persona quien también se apersonó  en casa de la familia Molero Méndez fue Ángela, la madre de Ricardo José. Ella por decirlo bien, era una de las pocas personas que trataron bien a Rosa durante su convivencia en su casa, pues no era de ella de quien  recibía malos tratos, ni desprecios, ya que Ángela, o como todos sus nietos la llamaban Magenca era de palabra y hecho una persona muy cariñosa y creyente.
Era la una de la tarde cuando finalmente, con el esfuerzo de Rosa María, la ayuda de la comadrona y de todas las mujeres mayores de la familia, nació un niño varón fuerte y sano. Fue un acontecimiento algo especial, puesto que era el primogénito, además nacía en casa propia, ya que se habían mudado solo hacía unos pocos meses atrás. Una vez terminado todo el trabajo de parto, procedieron a lavar al bebé y limpiar a su madre para que pudiera finalmente descansar de tan ardua y loable labor, traer un ser  humano al mundo. Después habría tiempo para todas cosas que quedaban por hacer, era el primer día  de existencia en esta tierra de aquel ser a quien aun no le habían escogido un nombre. Por su parte,  las  respectivas abuelas salieron a dar la noticia  al resto de la familia, que Rosa, o como cariñosamente  todos la llamaban Rosi,  ya  había dado a luz a un varón. Ricardo José quien siempre se había mostrado como un  esposo amoroso y preocupado por su esposa, no  podía esconder la emoción que sentía  por su recién nacido hijo. En su mente  revoloteaban ideas sobre cual nombre le pondrían, pero sabía que debía esperar que Rosi estuviera en condiciones de  participar en esto, pues ambos acordaron compartir esto de escoger el nombre  que llevarían sus hijos, porque además  solían ser una pareja muy unida, tanto para el trabajo como para la familia, cosa que unos cuantos años más adelante, daría un vuelco inesperado y  extraño para muchos, quienes los habían conocido por años.
Ricardo José y Rosa María, conformaban un matrimonio joven pues cuando se casaron ella contaba con dieciocho años  y él con veintiuno, a los once meses de matrimonio nació su único hijo. Como matrimonio eran muy unidos, tanto que trabajaban juntos en su pequeña empresa, una fábrica de cotizas guaireñas, contando para ese entonces con dos empleados, Fernando y Cheo. Además de ellos dos, Ricardo José cortaba las plantillas de caucho y  suela  y Rosa cosía  las trabillas y capelladas con las que se armaban las respetivas cotizas; parecía un negocio próspero, puesto que ya le había permitido a Ricardo José adquirir una camioneta F-100, de color azul celeste.
Al  día siguiente  del parto, temprano  por la mañana, Rosa ya recuperándose, solo un poco adolorida, le pidió a Ricardo José  que la ayude a sentarse en la cama.
    —Bueno, mi viejo —dijo.
Así le decía cariñosamente a su esposo, quien la llamaba mi vieja, al momento de hablarle.
—Creo que  tenemos que pensar  en el nombre —continuó ella.
—¿Qué te parece  si lo llamamos como el jugador extranjero que  salió en el periódico, el mes pasado —propuso   ella.
—¿Cómo era? —preguntó él
Claudio —respondió ella.
 —Fíjate que  hasta  bonito es el nombre, y como segundo nombre le ponemos  Rafael —comentó Ricardo José  aceptando la propuesta de Rosa María.
Ella  con la cabeza dio un sí.
Entonces así quedó acordado entre  ambos padres que su recién nacido hijo llevaría  por nombre  Claudio Rafael.
En ese instante, alguien llamó desde el portón interrumpiendo su relato, mi madre, porque eso es Rosa Maria para mí, se levantó con la urgencia de saber quien llamaba. Yo por mi parte, aproveché para  poner un poco de orden en las ideas que iba anotando en mi cuaderno, habían transcurrido unos quince minutos, cuando Rosa  retornó a la mesa para sentarse junto a mi  y de este modo continuar haciendo memoria del  pasado.
     —Bien, madre  me decías —le  comenté
     —Si  —continuó ella.
     Claudio era un niño sano,  al que  le gustaba mucho jugar con carros de juguete, lo que si recuerdo muy bien  era  que no le gustaba ser alimentado con tetero, por el contrario siempre era de su agrado tomar leche materna.
    —Si, eso fue unos meses después de la pérdida de mi primer hijo, a quien le pondría por nombre Gabriel, pero que no tuvo la suerte de poder ver la luz en este mundo, por negligencia de la Comadrona Adelaida Sánchez, la misma que me atendió cuando naciste. Pero a éste no lo atendió con la premura y pericia que debió haber tenido y lo dejó asfixiarse con el cordón umbilical.
     Luego de ese comentario, se hizo un silencio, como quien está pensando en otros sucesos pasados que no están muy claros.
     Un instante después proseguimos  con  la conversación.
    —Claudio fue un niño muy querido —repuso ella—. Cuando tenía  solo unos meses, era muy mimado, sobre todo por su madrina Atilana que por no tener  hijos varones, solo una hija, Ada, quien ya era una señorita, lo buscaba en casa para llevarlo a la suya, allí  lo cuidaban y lo querían, y así también su esposo, mi tío Valdemiro,  a quien todos sus compañeros de trabajo lo llamaban gancho e’ lata. Él era chofer de tráfico de los carros por puesto que viajaban desde mi pueblo a la ciudad. Ellos lo cuidaban, lo sacaban a pasear en su carro, siempre andaban con él de arriba abajo, tanto fue así que casi a los dos años no había aprendido a caminar bien, y ella, Atilana, lo ejercitaba colocándole un pañal por debajo de los brazos para hacerlo caminar, e igualmente lo llevaban a la playa para enterrarlo medio cuerpo de pie en la arena, pues estaba la creencia que haciendo esto se fortalecían los músculos de las piernas en los niños pequeños. A él le gustaba mucho estar  en su casa porquelo trataban muy bien, cuidados que disminuyeron notablemente cuando finalmente logró embarazarse, y de ese embarazo nació un niño varón, a quien llamó José Ramón. Sin embargo, continuaron dándole un trato especial, siempre estaban pendiente de Claudio, de llevarlo a comer, de darle un obsequio para su cumpleaños, de llevarle con ellos cuando salían de paseo, pero ya no era lo mismo.
Mi cabeza se llenó de recuerdos cuando en una oportunidad ya estando bajo el amparo de Rosa María, salí en un viaje de excursión del colegio durante un día completo. Al llegar  a casa de mi madre, recuerdo que me recibió como un fuerte abrazo, como si hubiese estado ausente por muchos días. Esa noche, mi madre estuvo sentada en el enlozado del frente de mi casa con mi cabeza recostada en sus piernas escuchando lo que yo le narraba de todo lo que había visto  durante el paseo y de cómo lo había disfrutado. Hoy pienso que ella, sin haber ido al viaje, lo había disfrutado mucho de solo escuchar mi relato y la emoción con que lo hacía. Para ese momento, dentro de mi ser ya  podía sentir la inquietud de mi espíritu por conocer, por ver, por saber  más  del mundo. Ese fue desde muy pequeño mi sueño.
 Para mi madre, el que le hablase de todo esto fue como refrescar la memoria, porque muchas de estas cosas ya las había olvidado, pero  una vez que se las recordé, vinieron a su memoria como un torrente. Yo particularmente, he sentido que al recordar junto con mi madre toda esta serie de cosas, nos hemos  rencontrado y acercado en muchas cosas y sentimientos que habíamos echado de lado.

     Aquí acabó la entrevista que sentí la necesidad de hacer sobre la vida de Rosa María, antes de plasmar en letras el resto de mi historia. En lo sucesivo, creo que mis memorias serían suficientes para componer en letras lo bueno y lo malo, lo bonito y lo feo que de mi vida recuerdo, dando siempre gracias, porque pese a cualquier adversidad o malos momentos, Dios me bendijo poniendo en mi camino a esta gran mujer, Rosa María. Lo absurdo de todo es como comprender las penas que su esposo y su hijo natural causaron a tan benévolo ser, aunque hoy día muchos de esos entuertos se han enderezado y la vida de mi madre se ha convertido en un alegre vivir, pero bueno como dice uno mis escritores favoritos, la vida no es la que uno vivió, sino lo que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla.

Continuará...

No hay comentarios:

Publicar un comentario