Más allá del Arcoíris
ISBN : 978-980-12-3740-2
Joel Alberto Paz
2016
DEDICATORIA
Al tesoro más valioso
que como ser humano
sobre este planeta
ostento poseer;
mi madre
Eva Angelina
AGRADECIMIENTO
A Dios que me da vida
a la vida que me da oportunidad
a mi madre que me ama
a mi hijo que es mi orgullo
a mi esposa que me sabe tolerar
Capítulo I
Dando un Vistazo
al Pasado
Ya han trascurrido muchos años desde el momento que comencé a vivir la
aventura que me llevaría a convertirme en el hombre que soy hoy. Esa tarde,
tenía planificado ir a casa de mi madre con la fija intención de indagar un
poco sobre su vida antes y después de mi aparición, yo conocía parte de ella
pero ahora mi interés era hacer un recuento narrado de todos los aspectos que
envolvían a la gente que se había convertido en mi familia y que representaban
mi mundo actual. Eran las cuatro de la tarde, me levanté de la cama después de
haber tomado un descanso merecido, pues me encontraba en mis vacaciones de
navidad. Ya era todo un profesional, casado y padre de un hermoso niño, me
sentía muy satisfecho de todo cuanto había logrado hasta el momento. Me dirigí
al baño para comenzar mi arreglo, cuando terminé, tomé un cuaderno de notas, un
lápiz y me despedí de mi esposa Catherine y mi hijo Daniel y me lancé en busca de la información que necesitaba
para llevar a cabo la tarea planteada. Al
llegar a casa de mi madre, le expliqué cual era el motivo real de mi visita y
ella gustosamente accedió a responder mis preguntas. Así transcurrieron varias
horas en una amena y nostálgica conversación.
Corría el mes de agosto de 1968, Rosa María Méndez se encontraba en los últimos días para parir a quien sería
su único hijo biológico, se había mudado recientemente a su propia vivienda,
una casita compuesta solo por una sala, una habitación y una pieza trasera que
servía de cocina y comedor; afuera había un baño improvisado con láminas de zinc, eso era lo de menos, era
su casa y era lo que realmente
importaba, ya que venía de haber
vivido arrimada en casa de su suegra y
como reza el dicho la visita al tercer día hiede. Amanecía el día dieciséis del mes y
un malestar para ella reconocible, porque lo había visto en otras mujeres de su
familia que ya habían parido, la estaba aquejando. Por su mente cruzó un
pensamiento, llegó el momento, así se lo
hizo saber a su esposo Ricardo José
Molero, quien inmediatamente se dispuso
a ir en busca de la comadrona, quien sería
la persona que asistiría a Rosa María en sus labores de parto, pues para
la época no era del todo fácil llegarse hasta la ciudad de Maracaibo para asistir a un centro de atención médica y ser
atendida, además, por otra parte, también Ricardo José fue a darle aviso a Estela
Sandrea, la madre de Rosa sobre el
acontecimiento que estaba por suceder. Ella acudió a casa de su hija con
premura, pues Rosa siempre había sido una
hija obediente y colaboradora. En el transcurrir del día se fueron preparando
todas las cosas que la situación ameritaba, sin embargo, para Rosa, aun cuando
siempre se comportaba como una mujer fuerte y firme, se le podía notar en el
rostro una mezcla de dolor, malestar y
nerviosismo.
Eran ya las doce del medio día cuando comenzó Rosa María a sentir contracciones
que le indicaban que ya nacería su hijo. Cada vez eran más seguidas y dolorosas,
todo el mundo se dispuso a recibir el neonato, otra persona quien también se apersonó en casa de la familia Molero Méndez fue
Ángela, la madre de Ricardo José. Ella por decirlo bien, era una de las pocas
personas que trataron bien a Rosa durante su convivencia en su casa, pues no
era de ella de quien recibía malos
tratos, ni desprecios, ya que Ángela, o como todos sus nietos la llamaban Magenca
era de palabra y hecho una persona muy cariñosa y creyente.
Era la una de la tarde cuando finalmente, con el esfuerzo de Rosa María,
la ayuda de la comadrona y de todas las mujeres mayores de la familia, nació un
niño varón fuerte y sano. Fue un acontecimiento algo especial, puesto que era
el primogénito, además nacía en casa propia, ya que se habían mudado solo hacía
unos pocos meses atrás. Una vez terminado todo el trabajo de parto, procedieron
a lavar al bebé y limpiar a su madre para que pudiera finalmente descansar de
tan ardua y loable labor, traer un ser
humano al mundo. Después habría tiempo para todas cosas que quedaban por
hacer, era el primer día de existencia
en esta tierra de aquel ser a quien aun no le habían escogido un nombre. Por su
parte, las respectivas abuelas salieron a dar la
noticia al resto de la familia, que
Rosa, o como cariñosamente todos la
llamaban Rosi, ya había dado a luz a un varón. Ricardo José
quien siempre se había mostrado como un
esposo amoroso y preocupado por su esposa, no podía esconder la emoción que sentía por su recién nacido hijo. En su mente revoloteaban ideas sobre cual nombre le
pondrían, pero sabía que debía esperar que Rosi estuviera en condiciones
de participar en esto, pues ambos
acordaron compartir esto de escoger el nombre
que llevarían sus hijos, porque además
solían ser una pareja muy unida, tanto para el trabajo como para la
familia, cosa que unos cuantos años más adelante, daría un vuelco inesperado
y extraño para muchos, quienes los
habían conocido por años.
Ricardo José y Rosa María, conformaban un matrimonio joven pues cuando
se casaron ella contaba con dieciocho años
y él con veintiuno, a los once meses de matrimonio nació su único hijo.
Como matrimonio eran muy unidos, tanto que trabajaban juntos en su pequeña
empresa, una fábrica de cotizas guaireñas, contando para ese entonces con dos
empleados, Fernando y Cheo. Además de ellos dos, Ricardo José cortaba las
plantillas de caucho y suela y Rosa cosía
las trabillas y capelladas con las que se armaban las respetivas
cotizas; parecía un negocio próspero, puesto que ya le había permitido a
Ricardo José adquirir una camioneta F-100, de color azul celeste.
Al día siguiente del parto, temprano por la mañana, Rosa ya recuperándose, solo un
poco adolorida, le pidió a Ricardo José
que la ayude a sentarse en la cama.
—Bueno,
mi viejo —dijo.
Así le decía cariñosamente a su esposo, quien la llamaba mi vieja, al
momento de hablarle.
—Creo
que tenemos que pensar en el nombre —continuó ella.
—¿Qué te parece
si lo llamamos como el jugador extranjero que salió en el periódico, el mes pasado
—propuso ella.
—¿Cómo era? —preguntó él
—Claudio —respondió ella.
—Fíjate
que hasta bonito es el nombre, y como segundo nombre le
ponemos Rafael —comentó Ricardo José aceptando la propuesta de Rosa María.
Ella con la cabeza dio un sí.
Entonces así quedó acordado entre
ambos padres que su recién nacido hijo llevaría por nombre
Claudio Rafael.
En ese instante, alguien llamó desde el portón interrumpiendo su relato,
mi madre, porque eso es Rosa Maria para mí, se levantó con la urgencia de saber
quien llamaba. Yo por mi parte, aproveché para
poner un poco de orden en las ideas que iba anotando en mi cuaderno,
habían transcurrido unos quince minutos, cuando Rosa retornó a la mesa para sentarse junto a
mi y de este modo continuar haciendo memoria
del pasado.
—Bien, madre me decías —le
comenté
—Si —continuó ella.
Claudio era un niño
sano, al que le gustaba mucho jugar con carros de juguete,
lo que si recuerdo muy bien era que no le gustaba ser alimentado con tetero,
por el contrario siempre era de su agrado tomar leche materna.
—Si, eso fue unos meses
después de la pérdida de mi primer hijo, a quien le pondría por nombre Gabriel,
pero que no tuvo la suerte de poder ver la luz en este mundo, por negligencia
de la Comadrona Adelaida Sánchez, la misma que me atendió cuando naciste. Pero
a éste no lo atendió con la premura y pericia que debió haber tenido y lo dejó
asfixiarse con el cordón umbilical.
Luego de ese comentario, se
hizo un silencio, como quien está pensando en otros sucesos pasados que no
están muy claros.
Un instante después
proseguimos con la conversación.
—Claudio fue un niño muy
querido —repuso ella—. Cuando tenía solo
unos meses, era muy mimado, sobre todo por su madrina Atilana que por no tener hijos varones, solo una hija, Ada, quien ya
era una señorita, lo buscaba en casa para llevarlo a la suya, allí lo cuidaban y lo querían, y así también su
esposo, mi tío Valdemiro, a quien todos
sus compañeros de trabajo lo llamaban gancho e’ lata. Él era chofer de
tráfico de los carros por puesto que viajaban desde mi pueblo a la ciudad.
Ellos lo cuidaban, lo sacaban a pasear en su carro, siempre andaban con él de
arriba abajo, tanto fue así que casi a los dos años no había aprendido a
caminar bien, y ella, Atilana, lo ejercitaba colocándole un pañal por debajo de
los brazos para hacerlo caminar, e igualmente lo llevaban a la playa para
enterrarlo medio cuerpo de pie en la arena, pues estaba la creencia que
haciendo esto se fortalecían los músculos de las piernas en los niños pequeños.
A él le gustaba mucho estar en su casa
porquelo trataban muy bien, cuidados que disminuyeron notablemente cuando
finalmente logró embarazarse, y de ese embarazo nació un niño varón, a quien llamó
José Ramón. Sin embargo, continuaron dándole un trato especial, siempre estaban
pendiente de Claudio, de llevarlo a comer, de darle un obsequio para su
cumpleaños, de llevarle con ellos cuando salían de paseo, pero ya no era lo
mismo.
Mi cabeza se llenó de recuerdos cuando en una oportunidad ya estando
bajo el amparo de Rosa María, salí en un viaje de excursión del colegio durante
un día completo. Al llegar a casa de mi
madre, recuerdo que me recibió como un fuerte abrazo, como si hubiese estado
ausente por muchos días. Esa noche, mi madre estuvo sentada en el enlozado del
frente de mi casa con mi cabeza recostada en sus piernas escuchando lo que yo
le narraba de todo lo que había visto
durante el paseo y de cómo lo había disfrutado. Hoy pienso que ella, sin
haber ido al viaje, lo había disfrutado mucho de solo escuchar mi relato y la
emoción con que lo hacía. Para ese momento, dentro de mi ser ya podía sentir la inquietud de mi espíritu por
conocer, por ver, por saber más del mundo. Ese fue desde muy pequeño mi
sueño.
Para mi madre, el que le hablase
de todo esto fue como refrescar la memoria, porque muchas de estas cosas ya las
había olvidado, pero una vez que se las
recordé, vinieron a su memoria como un torrente. Yo particularmente, he sentido
que al recordar junto con mi madre toda esta serie de cosas, nos hemos rencontrado y acercado en muchas cosas y
sentimientos que habíamos echado de lado.
Aquí acabó la entrevista que
sentí la necesidad de hacer sobre la vida de Rosa María, antes de plasmar en
letras el resto de mi historia. En lo sucesivo, creo que mis memorias serían
suficientes para componer en letras lo bueno y lo malo, lo bonito y lo feo que
de mi vida recuerdo, dando siempre gracias, porque pese a cualquier adversidad
o malos momentos, Dios me bendijo poniendo en mi camino a esta gran mujer, Rosa
María. Lo absurdo de todo es como comprender las penas que su esposo y su hijo
natural causaron a tan benévolo ser, aunque hoy día muchos de esos entuertos se
han enderezado y la vida de mi madre se ha convertido en un alegre vivir, pero
bueno como dice uno mis escritores favoritos, la vida no es la que uno vivió, sino lo que uno recuerda y cómo la
recuerda para contarla.
Continuará...
Continuará...
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