MÁS ALLÁ DEL ARCOÍRIS
Capítulo
V
Una decisión oportuna
Tras
pasar más de seis
años sin dar a saber a su madre sobre su paradero, pues de vez en cuando Le hacía llegar alguna
que otra nota, solo dejándole saber que
aún existía; Claudio tomo La decisión de
escribir a su madre. Después de
enviarle la carta indicándole,
finalmente, cual era su
dirección exacta, se ocupo los primeros días de su permanencia en San Felipe en buscar trabajo, comprobando con El paso
Del tiempo que no lo encontraría tan fácilmente como creyó en un principio.
El resto del tiempo lo pasaba en la
soledad de su habitación, en la que permanecía siempre pensativo, lo que en cierto modo suponía un
gran desespero para él, que no tenía a nadie a quien contar sus
angustias. En algunas ocasiones se encontraba con una
vecina del piso anterior al suyo, que en algún momento tuvo la intención
de invitar a pasar a sus aposentos
donde; a juzgar por la fachada vivía
como una reina. El referido aposento, un apartamento con vista
a la plaza
principal, con ruido callejero
incluido, se encontraba situado justo en el
centro de la ciudad,
el cual quedaba
a solo unas
cuantas horas de la capital.
A Claudio le daba igual. Tenía
demasiadas cosas en la cabeza, y sobre todo una que inexcusablemente tenía que
hacer todos los días sin excepción; buscar trabajo.
El no encontrar trabajo no suponía problema para él en un principio
gracias a unos ahorros que se había traído, pero
a veces el no encontrar
trabajo comenzaba a sacarle de quicio, impidiéndole conciliar el sueño
por la noche. Los nervios, que siempre había sabido controlar, iban alterando
su ánimo poco a poco, y la sensación de haber cometido de nuevo otro error le embargaba cada vez
más. Para esto salí huyendo
de casa de mi madre
como si fuera un
delincuente, se decía caminando
de aquí para
allá y de
allá para acá.
Los días continuaron su curso, hasta que llegó un momento en el que los
ahorros comenzaron a menguar y seguía sin encontrar trabajo, por lo que tomó la
decisión de aceptar un empleo temporal que le ofrecieron como encargado
de un centro de
comunicaciones. Su trabajo consistía en atender a los clientes
que llegaran a
realizar llamadas telefónicas y
después recibir el
pago por el
importe de la
llamada efectuada.
Tan sólo llevaba unos días en la empresa, cuando una tarde, mientras
terminaba de arreglarse para ir al trabajo, Claudio oyó el timbre de la puerta.
Se dirigió primero a la abertura de la puerta antes de abrir, y cuál no sería
su sorpresa al ver en el pasillo a Marián.
Y el hecho de verla antes de que se produjera el encuentro, fue lo que
permitió a Claudio jugar con ventaja y permanecer frío e indiferente, (el
semblante que le caracterizaba casi siempre), sin mostrar el menor asombro al
abrir la puerta.
—Ah, ¿eres tú? No te había reconocido con ese
sombrero —dijo inexpresivo, como si en lugar de llevar un mes sin verse
hubieran transcurrido sólo unas horas.
—¿Te gusta? —preguntó Marián esperanzada, mientras se introducía en la
habitación.
—No te favorece —le cortó Claudio, cerrando la puerta.
Tras cerrar la puerta con un golpe seco, y la posterior frialdad con que Claudio
la recibió, Marián, que no se esperaba aquello en absoluto, se quedó
completamente cortada, y la alegría que tan sólo unas horas antes llevaba en el
cuerpo se le se convirtió en otra cosa, pues
la actitud de Claudio fue como en un balde de agua fría.
Marián era la mujer
con quien Claudio había
compartido los tres últimos años de
su vida.
En vista de la tensa situación,
Marián tuvo que explicar, de forma atropellada, a un Claudio más mudo e
incrédulo que nunca, todo lo que había pasado desde el día de la parada de
autobús, cuando se habían
despedido por la partida de Claudio hacia San Felipe y que no había sido del
todo una despedida que pudiese decirse grata. La marcha de su
hermano, su caída por las escaleras, un mes con los brazos enyesados, la
imposibilidad de escribir, la
presencia de la mujer de
su hermano quien había dejado de
trabajar y tenía que soportarla las veinticuatro horas del día, y por fin ayer,
cuando el yeso le fue retirado, tomó el primer
autobús a San
Felipe, y allí estaba.
—No he tenido tiempo ni de despedirme del trabajo —concluyó Marián.
—¿Dejaste el trabajo? —le cortó bruscamente Claudio.
—Sí, por supuesto, creí que no querrías volver después de lo que había
sucedido —refiriéndose, claro está, al encontronazo que Claudio había tenido con el que para ese momento aún
era el esposo abandonado de Marian, para
escaparse con él—. Además, si tú estabas aquí, yo no podía estar
yendo y viniendo de Valencia a San
Felipe todos los días.
—Podrías haberlo consultado conmigo al menos, antes de tomar la decisión
de dejar el empleo.
—No se me ocurrió... Creí que era lo más acertado. Además, yo en seguida
encontraré trabajo, ya lo verás.
—Pues hablando de trabajo, tengo que irme. Se me hace tarde.
—¿Tienes que irte? —preguntó ella con el ánimo encogido.
—Sí. Hoy entro a las tres y sólo tengo media hora para llegar. ¿Comiste?
—preguntó, mientras le daba la espalda y terminaba de arreglarse.
—Deja eso ahora —dijo Marián, al ver que había entrado en razones, y
cogiéndole de los hombros, le obligó a volverse—. Es otra clase de hambre la
que tengo —añadió con los ojos brillantes, los labios echando chispas y una
pose de mujer seductora.
—Lo siento, Marián, pero
me ha costado mucho encontrar este trabajo y no estoy dispuesto a perderlo. Y
mucho menos sabiendo que has dejado el tuyo.
—Al menos podrías darme un beso —dijo Marián con resignación.
–Está bien —accedió.
Fue un
asco de beso, pensó Marián más tarde, al quedarse sola. Y tras
deshacer las maletas, lo primero que hizo fue
ducharse. El resto de la tarde tuvo tiempo suficiente para fisgonear a
sus anchas en la habitación, y también para reflexionar, tumbada en la cama,
mientras veía la televisión sin sonido.
De esa forma fue como Marián, ya al borde del último noticiero, acabó
comprobando completamente horrorizada que las reflexiones habían formado
una gran bola en forma de pregunta, y que ésta se instalaba en su estómago
vacío. Una aplastante y desoladora pregunta que jamás pensó llegaría a hacerse:
¿Me habré equivocado? Y abrumada por
el peso de la misma, se durmió rendida por el aburrimiento.
Cerca ya de las diez
de la noche, Claudio la despertó. Cenaron una pizza que él había traído
y hablaron pronunciando monosílabos casi inaudibles y luego se fueron a la
cama. A Marián la cena le pareció escasa, la conversación poca. Y de nuevo
volvió a hacerse la pregunta: ¿Me habré
equivocado? Ella misma se contestó en voz alta, mientras Claudio dormía
arrullado por el ruido producido por los
vehículos en la calle, que
parecían estar dentro de la habitación.
Me parece que ya es
demasiado tarde, se dijo, dándose la vuelta con cuidado para no
despertar a Claudio. Dios mío, esta cama
si es incómoda, pensó dándose cuenta en el acto del terrible sentido que
contenían sus palabras, pues la hacían pensar si valía o no la pena. Y no pegó
un ojo durante toda la noche.
Al otro día, Claudio probablemente cambiaría de genio
pensó. Se había comportado como un patán. ¿Cómo
había dejado que Claudio le recibiera de aquella forma tan fría, cual
témpano de hielo, después de lo que había hecho por él y
sin ser además culpable de nada?, se
preguntó molesta consigo misma. Tenía que dejar las cosas claras desde el
principio, o de lo contrario lo mejor era olvidar todo e irse a Aruba
con su amiga Olga, que representaba su otra opción, en
caso que no resultase
definitivamente su relación con Claudio.
Marián esperó con eterna paciencia a que Claudio se despertara, se
despejara, se rasurara, se diera un baño y desayunara, ya cerca
del mediodía, Marián se decidió
a liberar todo lo que había acumulado durante toda la noche. Y habló sin cesar y sin que en ningún momento fuera interrumpida por parte de Claudio, quien después de terminar
el desayuno permaneció sentado, escuchando con atención, pero más
inconmovible e impávido que nunca, como si la cosa no fuera con él.
—En definitiva —terminó diciendo Marián—. Si ya no me quieres, lo mejor
es que me lo digas sin rodeo, de
una vez por
todas.
—¿Terminaste? —preguntó él.
—Sí.
—Bien. Mira, Marián, si ayer yo no te hubiera perdonado...
—¿Perdonado? —interrumpió Marián pasmada.
—Déjame hablar a mí ahora —replicó
Claudio a su vez—. Si yo no te
hubiera perdonado, repito, te habría dado con la puerta en las narices nada más
verte aparecer. ¿Está claro?
—No, no está claro.
—Me da lo mismo. He aceptado tus disculpas por no escribirme, ¿no? Pues
entonces no quiero hablar sobre eso.
Sin mencionar palabra, Claudio recogió la mesa y se dirigió al fregadero.
—¿Y tú por qué no me escribiste? —preguntó Marián siguiéndolo.
—Lo lógico era que tú lo hicieras primero —respondió dejando los
cubiertos en el lavaplatos.
—¿Lógico para quien? —preguntó Marian.
—Para mí, claro esta. Ahora
bien, ¿quieres hacerme el favor
de olvidarte de todo
esto este asunto?
—Está bien. Pero antes quiero que
aclaremos algunos puntos.
—¿De qué hablas? —Preguntó Claudio
sorprendido por el planteamiento.
—En primer lugar, necesito saber
si me sigues queriendo de
veras, necesito que
me respondas ¿sí o no?
—Por favor, no seas necia Marián,
he pasado mala noche, me duele la cabeza
y también la espalda —repuso él,
frotándose el cuello
con la mano.
No me sorprende en
absoluto pensó Marián acariciándose ella
también la nuca con la
mano.
Hubo una pausa donde sólo se
escuchaba la respiración de los dos.
Entonces Claudio insinuó.
—¿Por qué no dejamos tanta
pelea y me das un masaje?
—Dijo Claudio—. Uno de esos masajes que
tú sabes dar —prosiguió en tono cariñoso, acariciando las manos de Marián,
mientras le obsequiaba la primera
sonrisa después de
casi veinticuatro horas.
Pero cuando ya Marián, aceptando con refunfuño, se disponía a
masajear el cuello
de Claudio, alguien tocó
el timbre de la puerta y
Claudio tuvo que ir a abrir.
—¿Marián Alvarado? —preguntó un
mensajero, al mismo tiempo que leía un sobre.
—Es para ti —dijo Claudio desde la puerta.
Extrañada, Marián caminó hacia donde se encontraban los dos, firmó el
recibo, agarró el sobre y cerró la puerta.
Marián observó
quien era el remitente y suspiró.
¡Era de su marido, a quien ella
había dejado unos
tres años atrás
para irse con
Claudio!
Sorprendida se preguntó:
—¿Y cómo dio tan pronto con esta dirección?
—¿Dónde colocaste el trozo de
papel en el que
te anote esta dirección?
—Preguntó Claudio en tono molesto.
—Bueno en el bolsillo de
mi chaqueta... —dijo Marián,
dándose cuenta del error que
había cometido. Seguramente
alguien lo tomó y se lo hizo llegar pensó. Allí quedó
toda la conversación,
Claudio y Marián
continuaron con su tertulia, sin
dar más
importancia al hecho
de que el
marido de ella había enviado
una correspondencia que no
era más
que la citación de divorcio, cosa
que si llenaba
de tranquilidad a
Marián, pues era algo
que había estado
esperando desde hacia ya
algún tiempo y
que para sus
intereses, se estaba
demorando mucho en
concretarse.